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Emprender: un lujo que no es para cualquiera.

A veces me preguntan cómo se hace para emprender.

Y aunque me gustaría tener una fórmula para compartir, la verdad es que no la tengo.


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No creo en las recetas mágicas. No creo en los unicornios.


Creo en las personas. En su “desde dónde”. En el “para qué” que las mueve.


Emprender no es para cualquiera.

Y no lo digo porque haga falta tener un MBA o contactos en Silicon Valley.


No es para cualquiera porque requiere una dosis brutal de honestidad interna, de incomodidad constante, de sostenerse incluso cuando el plan de negocios se derrumba frente a tus ojos.


Sí, al principio hay una etapa hermosa. De enamoramiento.

De ideas que brillan y sueños que parecen posibles.


Pero después llega la parte en la que toca sentarse a la mesa —con todo el equipo— y preguntar las cosas difíciles:


  • ¿Desde dónde estamos haciendo esto?

  • ¿Qué significa para nosotras crear valor?

  • ¿Respetamos el tiempo del otrx? ¿Nos estamos cuidando?


Porque del Excel a la realidad hay un abismo. 

Y no todas las personas están dispuestas a cruzarlo.


También está la narrativa del apuro.

El mundo de las startups te hace sentir que si no vas rápido, perdés.

Que si no escalás, te morís. Pero eso solo genera burnout.


Y te lo digo de verdad: si tu proyecto resuelve un problema real, los recursos van a llegar. 

Las alianzas van a aparecer.

Pero para eso, hay que sostener el proceso. Atravesarlo. No saltearlo.


Emprender también es revisar si tu proyecto sigue estando alineado con lo que sos hoy. Con la que querés ser.

Cuidar a las personas que te rodean.

Involucrarlas.

Hacerlas parte. 

Porque las personas no son recursos: son la raíz de cualquier proyecto que quiera brotar y florecer.

Y no, no es fácil.

Pero tampoco es imposible.

Sólo que no se logra en soledad.

Pedí ayuda. En serio.

No me voy a cansar de repetirlo: la colaboración funciona.

Te salva.

Hace que todo sea más llevadero.

Yo lo vivo todos los días desde que cofundé Sinergia Uy , y BRAVA , con la intención real de que emprender en Uruguay no sea un privilegio de pocxs.

Y no hablo del autoempleo para sobrevivir.

Hablo de emprender para transformar.

De llevar una propuesta de valor a otro nivel.

Y eso no sucede en un programa de aceleración con una bolsa de créditos freemium.

Eso sucede cuando te la jugás. Cuando fallás. Cuando aprendés.

Cuando volvés a empezar.

Y si un día te toca cerrar, también está bien.

A veces nos enamoramos tanto de una idea, que perdemos de vista el problema.

Y el verdadero desafío es saber cuándo seguir... y cuándo soltar.


¿Otro aprendizaje? Muchos proyectos tienen buenos productos, pero no comunican.

Y lo que no se comunica... no existe.

Si el mundo no sabe que estás ahí, no importa cuán crack seas: no vas a poder escalar. 

Las ventas no son un lujo, son el sistema circulatorio de tu empresa. 

Sin ventas, no hay proyecto.

Sin impacto, no hay cambio.

Ahora, por encima de todo lo anterior, hay algo que para mí es no negociable: tu autenticidad.

Emprender desde tu coherencia.

Desde tu propósito. Eso sí que es magnético.


Porque el impacto verdadero no se mide en métricas vacías.

Se mide en la forma en que elegís habitar tu rol.

En cómo tratás a tu equipo.

En si hay espacio, dentro de tu modelo de negocio, para mejorarle la vida a alguien más.


Rodeate de personas diversas, que vibren con vos.

Que te reten. Que te sostengan.

Que te recuerden, cada tanto, por qué empezaste.

No subestimes a tu intuición ni a tu público. 

Ambos son brújulas.


Y acordate: para plantar un jardín no alcanza con la semilla.

Hay que regarlo. Nutrirlo.

Acompañar los tiempos.


Lo mismo pasa cuando decidís emprender.

No hay atajos. Pero sí hay caminos. 

Y si estás caminando, ya empezaste.

 
 
 

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